MÉXICO EN LA PIEL, VA CALANDO
Aquí va la segunda entrega del viaje . . .
EL GIGANTE
Al llegar a Ciudad de México, como Calamaro en el Gran Azteca, me quedé duro, me asombró ver al gigante, y mucho antes de entrar a esa gran bestia estaba tenso, emocionado, con el corazón en un puño. Ser una hormiga más en el Zócalo, tocar las piedras de la fachada del Palacio Nacional antes de sucumbir a los murales de Rivera que cuentan la historia del país, cargar la sangre de café con leche en el Café Tacuba, para poder espiar a los mariachis en Garibaldi y cómo maniobran para ganarse unos pesos, recordar a Frida en Coyoacán, o no; y querer tocar cada pieza del mosaico de la fachada de la UNAM, perderse en las calles atestadas de humanidad e intentar sobrevivir en la gran urbe, todo eso y mucho más, a cada paso en la capital.

Plaza de Coyoacán, en Ciudad de México, el espírtu excéntrico de Frida parece vivo en estas monjas y su acompañante peludo.
LA CIVILIZACIÓN PERDIDA
Seguimos boquiabiertos tras llegar a Teotihuacán, cualquier intento de explicación sobre la dimensión de la gran ciudad azteca es vano. Durante esa época, las grandes ciudades europeas no eran más que aldeas a su lado. Sentimos la grandeza de una civilización perdida, nos confirma lo pequeños que somos, en espacio y en el tiempo. Subiendo los escalones de las pirámides del Sol y de la Luna, hacemos la penitencia que nos pone los pies en su sitio y nos arrebata de un plumazo nuestras ínfulas de ciudadanos del primer mundo. Es una cura de humildad ver de lo que fueron capaces estas culturas. Realmente, no somos nadie.
PUEBLOS MÁGICOS
Dejamos los grandes monumentos y vestigios para llegar a pueblecitos, pueblos mágicos, como se denominan aquí, Tequisquiapan o Peña de Bernal, son lugares con encanto en los que se acoge al viajero dese el primero momento, donde cada instante es placentero y cada rincón es una postal. Caminamos con la sensación que estos lugares completan el retrato de un país, que es mucho más que sus megalópolis engentadas.
NUEVAS COLONIZACIONES
Cruzamos Querétaro, ciudad que poco a poco y sin hacer mucho ruido ha generado para sí un hueco posicionándose hacia un futuro mejor. Querétaro nos conduce a la joya de la zona, San Miguel de Allende, lugar de retiro para expatriados de EEUU y Canadá, que derrocha belleza y encanto en sus calles y plazas, así como en sus puertas decoradas, talladas y únicas. No me extraña que haya un Starbucks en pleno centro y que los estadounidenses lo hayan hecho prácticamente suyo.
VIEJAS COLONIZACIONES
Dejamos a los jubilados del norte y nos sumergimos en los túneles de Guanajuato, donde lo colonial y lo prehispánico se entrelazan obstinadamente, engañando al ojo no acostumbrado y ofreciendo una tonalidad única al mestizaje mexicano. Continuamos hasta León, no sin antes comprar zapatos (el cuero allí es buenísimo y los precios geniales) y comenzamos nuestra marcha hacia el oeste del país buscando ya las soñadas playas del Pacífico.
ARTE EN GUADALAJARA Y TEQUILA EN TEQUILA
Pero antes, paramos en Guadalajara, en Tlaquepaque, para palpar la vena artística mexicana en una de las ciudades más vibrantes; así escapamos rápido hacia Tequila para, por fin, tomar el licor que te quema y te levanta a partes iguales. Ya casi, ya pronto llegamos al mar, al trópico, en el que la iguana domina la noche, vemos la gran Bahía de Banderas, las coquetas playas alejadas del alborotado paseo de Puerto Vallarta, Conchas Chinas y Mismaloya, que nos dejan disfrutar de su arena y nos aguardarán, pausadamente, hasta que volvamos.
HASTA PRONTO
Quizá ha sido una pequeña prueba para el retiro, creo que la hemos superado, pero, sobre todo, lo que ha superado nuestras expectativas ha sido el gran México. Podemos jubilarnos aquí, quizá bajo una de las mejores puestas de sol del mundo, aquí regresaremos, más temprano que tarde. No te olvides de tu objetivo . . . el RETIRO cada vez está más cerca.
Volveremos a México, como vuelven las mariposas Monarcas, aquí una de ellas se acercó a saludarme, me tocó y se fue.
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